Hola a todos, los relatos que os voy a presentar los he distribuído en forma de fragmentos para que podais seguirlos con facilidad y si quereís poner comentarios. Aquí empezamos con el primero (Por fin sábado) que considero como relato de intriga.
POR FIN SABADO
(Fragmento I)
Estuvo contemplando el teléfono durante cinco minutos
pero no sonaba. Inquieto dirigió su mirada al reloj de pared para comprobar la
hora. El cadencioso segundero llenaba el silencio reinante con su tac-tac. La
aguja minutero del reloj isabelino parecía inmóvil, pero avanzaba en el tiempo
imperturbable. Los nervios empezaron a aflorar. Para calmarlos, se levantó a
beber un vaso de agua. Ya en la cocina dirigió la mirada hacia el reloj
cuadrado del estante. Marcaba las cinco y veinte, pero esto no le tranquilizó
porque sabía que atrasaba diez minutos.
El teléfono seguía sin sonar. Los nervios empezaron a
hacer mella en su estómago. Volvió al salón. Ya eran las cinco y treinta y
cinco. Empezó a perder la esperanza. Ella no llamaría… O tal vez se estaba
precipitando… Era necesario dar más margen de tiempo. Para distraerse cogió un
libro y empezó a leer. De vez en cuando apartaba la vista del libro y miraba al
teléfono que permanecía frío y mudo, como si fuera un pequeño aparato caprichoso
que no cumple su misión.
Eran las seis menos cuarto. Cerró el libro. Se levantó y
se dirigió al cuarto de baño para mojarse la cara. Estaba completamente
desmoralizado. Ella no llamaría. La relación se había acabado definitivamente.
Delante del espejo contempló su rostro entristecido. El dolor y los
remordimientos comenzaban a golpear en su mente. No debía haberle dicho que no
sentía nada por ella porque no eran esos sus sentimientos. En aquel momento crítico estaba confuso y no veía clara la situación. Y
sin embargo ella estaba esperando una respuesta. Una respuesta afirmativa que
gritaba su corazón y que no querían pronunciar sus labios.
Empezó a repasar aquellos momentos vividos juntos los
dos y aquellos que condujeron al desastre. Algunos recuerdos eran vagos e
imprecisos ahora, pero los desaires mutuos que se hicieron, estaban grabados a
fuego en su memoria. Todos aquellos desaires originados por una pérdida de
respeto mutua, condujeron a situaciones límites y a la ruptura final.
Sin embargo aún conservaba un hilo de esperanza.
Acostumbraba a llamarle por la tarde sobre las cinco y media. Por eso esperaba
que se obrase el milagro y le llamara. El, por su parte, ya lo había intentado
todo sin ningún resultado. El poco orgullo que le quedaba le decía que tenía
que esperar un gesto o una señal por parte de ella y por tanto esperaba…
De repente sonó el teléfono. Un estallido de alegría
recorrió todo su cuerpo sacándole bruscamente de sus pensamientos. Se precipitó
hacia el aparato, descolgó el auricular y con voz entrecortada preguntó quién
era. Le respondió una voz ronca y desentonada preguntando por la consulta de un
tal doctor Peña. ¡¡ Un equivocado !!
Una sensación de abatimiento le invadió de repente
mientras respondía: ¡Teléfono equivocado!. Después de colgar el auricular, se
sentó en una silla próxima y hundiendo la cara entre las manos comenzó a llorar
amargamente.
Pasó un tiempo que no supo precisar con exactitud. Al
levantar su cabeza, dirigió su mirada hacia el cristal de la ventana y comprobó
que ya estaba anocheciendo. Se puso de pié y decidió tomar un vaso de leche y
un tranquilizante que le hiciera dormir toda la noche. En lugar de una pastilla
se tomó tres y a continuación se dirigió a su dormitorio y se acostó. Apenas
habían pasado un par de minutos cuando ya dormía profundamente.
………………............
Se despertó bien entrada la mañana. Se sentía
completamente descansado y relajado y lo que era más importante, aquella sensación
de angustia que le agobiaba el día anterior había desaparecido por completo.
Parecía un milagro. Era como una curación que hubiese obrado con el bálsamo de
la noche y el silencio. Ya no venían a su mente los tristes recuerdos que le
atenazaban y le sumían en una profunda depresión.
Ahora parecía contemplarlos desde una perspectiva
diferente, de tal forma que él no era el protagonista de las situaciones
vividas sino un mero espectador, al que no se le pedía que se involucrara emocionalmente. Incluso una sensación de bienestar
empezaba a apoderase de su cuerpo y de su mente y comenzaba a entender todo
como algo más sencillo, más natural e incluso más lógico. En definitiva
¡Empezaba a ser un hombre nuevo!
Al abrir las
contraventanas de su cuarto una luz radiante le iluminó. Tras abrir las hojas
de cristal, asomó su cabeza al exterior y
una leve brisa le refrescó la cara. El cielo estaba limpio y de un azul
intenso. Era un día perfecto y lo que era aún más importante. Era sábado, su
día preferido, su día perfecto.
Canturreando, se dirigió a la cocina y se preparó un
zumo. Después de asearse, decidió hacer un poco de ejercicio. Como su deporte
preferido era la natación, pensó que sería buena idea ir a nadar a la piscina
cubierta del polideportivo municipal.
Preparó su equipo de natación: bañador, gafas, gorro de
baño, toalla, y lo introdujo en una bolsa de deporte dispuesta al efecto. Bajó
a la calle y después de tomar un café bien cargado en un bar próximo, cogió un
autobús para ir a las instalaciones deportivas en la parte norte de la cuidad.
El autobús le dejó justo enfrente del polideportivo.
Ya en el vestuario de la instalación, se despojó de su
ropa para ponerse el bañador, notando como algunas personas allí presentes se
volvían disimuladamente para mirarle. Sin duda les llamaba la atención su
cuerpo atlético y bien cuidado. Aquella situación le produjo una íntima
satisfacción que procuró no manifestar concentrándose en su quehacer sin
devolver la mirada a nadie. Al pasar por delante de un espejo, evitó mirarse en
este, para reforzar la aptitud de indiferencia al entorno que había adoptado
desde un primer momento.
Una vez en la piscina, se dirigió a la calle lateral del
fondo que solía estar más vacía y en la que por tanto se podía nadar con más
tranquilidad. Comenzó a nadar con una cadencia pausada y constante, que mantuvo
en los primero minutos, para después acelerar un poco el ritmo, una vez
cubiertos los primeros largos.
Su ejercicio transcurría sin novedad cuando de repente,
uno de los bañistas que circulaba por su misma calle pero en sentido contrario,
al pasar a su altura le alcanzó con su pie izquierdo en su estómago. A consecuencia del golpe perdió el ritmo de
brazada y comenzó a tragar agua. No podía respirar y empezó a perder el
control. Una sensación de pánico empezaba a apoderarse de él.
Con un esfuerzo supremo consiguió alcanzar con la mano
la barrera de flotadores de separación de calles y se aferrándose a este con
fuerza, empezó con dificultad a llenar de aire sus pulmones, recuperando en
parte el control de sí mismo.
Pasó más de un minuto hasta que pudo volver a respirar
con normalidad y comenzaran a bajar sus pulsaciones. Ya más tranquilo giró la
cabeza buscando al culpable del percance pero no pudo descubrirlo, ya que no se
había fijado en el color de su gorro de baño u otro detalle significativo que
pudiera identificarle. Sin duda debía ser un hombre muy fuerte y atlético ya
que seguramente concentrado en mantener su ritmo de brazada no se habría
percatado del golpe dado y que podría haberse convertido en un percance serio
de consecuencias imprevisibles.
Desanimado decidió salir de la piscina y retirase a los
vestuarios. Delante del espejo contempló dolorido una zona enrojecida a la
altura del estómago. Aunque el golpe había sido fuerte, no parecía tener
mayores consecuencias. Decidió olvidarse lo antes posible del incidente y
regresar a su casa. Al fin y al cabo un percance lo tiene cualquiera y hoy era
un día especial. Era sábado.
Ya en casa se preparó una comida ligera y tras el almuerzo,
se echó una siesta para recuperar fuerzas y estar listo para salir por la noche
en buenas condiciones.
Se despertó sobre las ocho y
media de la tarde. Desperezándose pensó que era una hora perfecta para comenzar
a preparar su salida. Se encaminó hacia su armario ropero y después de abrirlo
empezó a repasar su colección de ropa a fin de elegir algo adecuado para la
ocasión. Unos pantalones beige de Burberry, cinturón a juego y una camisa
de Yves Saint Laurent azul.
Chaqueta de Canali y unos zapatos Lotus para completar el conjunto.
Seguidamente se dirigió al cuarto de baño para comenzar
el ritual de su aseo personal: un afeitado a fondo, limpieza de dientes con
blanqueador dental, una buena ducha, con aplicación de champú anti-caída de
pelo, desodorante, loción after shave y colonia de Carolina Herrera. Finalmente el
toque maestro : unas gotas de líquido vaso-constrictor en los ojos para
eliminar cualquier enrojecimiento del cloro del agua y conseguir una mirada
clara y limpia
POR FIN SÁBADO
(Fragmento II)
Después, se dirigió a su dormitorio y abrió un armario
en el que se encontraba un sobre blanco, del que extrajo un pequeño fajo de
billetes que introdujo en su billetero. A continuación sustituyó su reloj de
pulsera habitual por un Omega de oro, al que le sacó brillo con un pequeño
pañuelo y observó la hora : las diez. La hora justa para preparase una copa
antes de salir.
Al poco rato, con un vaso de
whisky en la mano y sentado en un cómodo sillón, escuchaba los compases suaves
de la rapsodia nº 3 de Listz y se dejaba llevar por la música. Sus pensamientos
que le situaban en la barra de un local de copas donde una bella y extraña
mujer se le aproximaba y mirándole de forma sensual, le pedía fuego. El, con
aire de suficiencia y con un gesto muy varonil le acercaba la mano que sostenía
el mechero a su hermoso rostro complaciendo su petición.
Animado por estos pensamientos se sirvió otra copa y
puso un CD de grandes éxitos en dejándose llevar por el sonido rítmico de las
canciones.
………………..........
Eran las once y media cuando salió a la calle. Se encaminó
alegremente hacia la parada de taxi más próxima y cogió el primero de la fila.
¡Vamos al Ventilador! Le espetó al conductor con una rotundidad que no dejaba
lugar a dudas y ésta arrancó para dirigirse al lugar mencionado.
El local estaba abarrotado de gente. Una atmósfera densa
provocada por el humo de los cigarrillos y el confinamiento, envolvía a
cualquiera que entrase en aquel lugar. Al fondo, sobre un pequeño escenario,
actuaba un reducido grupo de folk irlandés que con una música pegadiza, concentraba la atención de la mayoría de los
presentes.
Empezó abrirse paso entre la gente, pero se detuvo al
comprobar que era tarea casi imposible llegar a la barra y mucho menos hacerse
un hueco en ella. Su esperanza se avivó al comprobar que una serie de
camareras, sosteniendo bandejas, servían copas al personal que se concentraba a
lo largo y ancho de la sala. Se acercó a una de ellas y le pidió un Bourbon con
hielo.
La bebida tardó en llegar. Cuando al fin la tuvo en sus
manos, le pareció como un botín capturado después de una dura batalla. Bebió
con avidez y aprovechando que pasaba a su lado otra señorita con bebidas, le
pidió otra copa.
La banda de músicos atacó un conocido blues. Siguiendo
el ritmo de la música, ingería la segunda copa, esta vez más pausadamente,
notando como un calorcillo agradable le empezaba a subir por todo el cuerpo y su estado de ánimo
mejoraba ostensiblemente a medida que pasaban los minutos. Encendió un cigarrillo y
dirigió una detenida mirada a su alrededor para contemplar a la gente allí
congregada. Comprobó que había algunas chicas realmente bellas, algunas de
ellas con sus acompañantes y otras con amigos y amigas.
De repente algo detuvo en seco su periplo visual. Se
trataba de un rostro de mujer realmente hermoso, algo fuera de lo común. Ojos
verdes, pelo negro azabache, nariz recta, algo chata y labios bien formados y
sensuales. En definitiva un rostro perfecto, como sacado de una imagen bíblica
o de una escultura renacentista. Clavó su mirada en ella y comprobó que le
devolvía la mirada. Un intenso escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Su mirada
era profunda, desafiante, totalmente cautivadora.
En ese instante la mujer extrajo un cigarrillo de un
paquete y aproximándose a él le pidió fuego con un gesto. ¡ Tal y como se había
imaginado! . Nervioso introdujo su mano en el bolsillo extrayendo el
encendedor. Con paso firme se aproximó
hacia la mujer, que esperaba sujetando sensualmente el cigarrillo en la mano y
le extendió el brazo para darle fuego .Pero algo improvisado ocurrió en ese
instante. Como salido de la nada apareció un puño gigantesco del que salía una
pequeña llama azulada que con un movimiento rápido y preciso acercó ese fuego a
escasos centímetros del cigarrillo de la mujer. Ella no pareció sorprenderse y
con un movimiento sensual* giró su cabeza y encendió el cigarro sin prisas.
Acto seguido dirigió su mirada hacia el tipo que le había ofrecido fuego y le
dedicó una sonrisa de complicidad, ignorando completamente al todo el que
estaba a su alrededor.
Al contemplar la escena y como movido por un resorte,
retiró el brazo y giró en redondo, alejándose o antes posible de aquella mujer
que lo había humillado. ¡No se lo podía creer! . Ella había jugado con él. Había
despreciado su atención, su caballerosidad. Había cedido ante la presión de un
engreído, seguro por la ventaja que presentaba su aspecto físico. En cuanto a
ella, seguro que era una fresca, una caprichosa, en definitiva una mujer
estúpida. Seguramente ellos ya se conocían de antemano. Además viéndola de
cerca, no estaba tan bien.
Con estos pensamientos, abriéndose paso entre la gente
se dirigió hacia la salida del local. Al salir a la calle una sensación de
alivio le recorrió todo el cuerpo. El aire, por momentos se hacia más
respirable. Atrás quedaba el dichoso garito con su atmósfera viciada y la gente
agolpada en unos pocos metros cuadrados.
Animado por los efectos de las copas, decidió continuar
su particular fiesta. Debía planificar muy bien el sitio al que iría a
continuación, pues el tiempo pasaba deprisa y no era cuestión de perder
oportunidades. Repasó mentalmente los lugares a los que solía ir y que suponía
estarían animados. Pero ninguno le convencía. ¿Donde ir entonces? Tenía que decidirse rápidamente.
Deambuló un poco por la acera intentando recordar
algunos sitios más. En su distracción no se daba cuenta que una persona le
estaba llamando. Se llevó un susto cuando notó que una mano le tocaba
ligeramente el hombro. Se giró
bruscamente y descubrió a un hombre de mediana edad que aunque algo sorprendido
por su reacción, comenzó a hablarle pausadamente.
“Perdone que le moleste caballero, pero le he visto
indeciso y creo que puedo ayudarle”
Acto seguido extrajo del bolsillo un bloque de tarjetas
y entresacando una de ellas se la ofreció.
“Es un sitio muy animado, continuó. Ya verá como le
gusta .Además está cerca de aquí. Puedo asegurarle que si decide ir no se
arrepentirá”
Y tan sigilosamente como se había acercado, se alejó.
La curiosidad le llevó a leer lo que ponía en la tarjeta: “ Disco-Pub El Galeón”. En letras rojas y a continuación la dirección
del citado local.
Pensativo, se quedó mirando durante un rato la
cartulina. Mentalmente repasó una vez más la lista de los locales habituales
que solía frecuentar, desechándolos todos por uno u otro motivo. Finalmente no
tenía más alternativa que el que contemplaba en la tarjeta. No lo conocía y ni
siquiera había oído hablar de ese sitio. Pero… ¡ Qué demonios! se dijo, ¡Vamos
a conocerlo! . Puede que tenga ambiente y… quién sabe, a lo mejor encuentro a
una chica adecuada.
…………….......
El local presentaba un aspecto bullicioso y alegre. En
el centro había una pista de baile circular , rodeada de mesas y butacas para
tomar consumiciones sentado. Alrededor de este espacio central, se extendía
formando sinuosas curvas, una barra de
copas que serpenteaba a lo largo de la sala, perfilando el contorno exterior.
Daba la sensación que, una vez dentro de este sitio, no se podía salir más que
saltando por encima de la barra, para ir a para finalmente a un largísimo
mueble-bar, con numerosas estanterías de madera, en las que se alineaban
incontables botellas de bebidas alcohólicas y licores.
El lugar estaba abarrotado de gente, pero al ser
espacioso, no daba sensación de agobio o claustrofobia. Lentamente se dirigió
hacia la zona central y se paró al borde de la pista de baile. ¡Era un
espectáculo maravilloso! Muchas chicas sueltas bailando al compás de una
pegadiza canción de moda y bailando como los propios ángeles. Rubias, castañas,
morenas… con el pelo suelto o recogido, llevando el ritmo de la música,
moviendo insinuantes sus caderas y brazos, mientras sus pies se deslizaban como
flotando sobre el parqué de la pista. Sus caras reflejaban el relajamiento
propio de quién se deja llevar por la música.
Se dirigió a la espaciosa barra y buscó un lugar para
acomodarse. Llamó al camarero más cercano y le pidió un “Four Roses” con poco
hielo. Este le miró un tanto extrañado, como si no le hubiera oído, de forma
que se lo tuvo que repetir con un tono de voz más alto. El camarero se giró
hacia la barra y buscó la botella del bourbon solicitado.
POR FIN SÁBADO
(Fragmento III )
La medida de whisky que le sirvió era escasa. Al
comprobarlo, le dijo que le pusiera más cantidad. Para reforzar su petición,
extrajo un billete de su cartera y lo adjuntó al ticket de consumición
ofreciéndoselo al empleado. Este mirando previamente a los lados lo cogió con
avidez y acto seguido completó la consumición con una ración extra de bourbon.
A cada canción pegadiza le seguía otra aún más animada
que era coreada con júbilo por los asistentes. Entre sorbo y sorbo de whisky
comprobaba que el bullicio y la animación crecía vertiginosamente. Las chicas
salían a bailar por grupos y la pista de baila estaba completamente llena de
gente. Verdaderamente este era un sitio fantástico. Aquel hombre le había
adivinado el pensamiento. No podía haberle indicado un sitio mejor. El local
cumplía todas sus expectativas.
Con una alegría desbordante se giró en redondo para
repetir consumición. Esta vez la medida de bourbon rebasa todos los límites que
pudieran considerarse normales. Después de tomar el primer trago observó que
una mujer morena le estaba observando a su derecha y le sonreía. En su interior
empezaron a sonar campanas de fiesta.
Totalmente desinhibido, se acercó a la mujer y le
preguntó si quería bailar. Ella soltó una fuerte carcajada que le contagió
y ambos se rieron al unísono. Después
ella le pidió que le invitara a una copa. Torpemente se dirigió al camarero
para repetir balbuceante la consumición que ella quería, sacando acto seguido
unos billetes del bolsillo. La mujer le dijo que le gustaban los hombres
generosos y complacientes y que estaba segura que él reunía esas
características. Así. él entre encantado y aturdido escuchaba sus palabras arrimando su oído a la
sensual boca de su invitada.
Ella le preguntó si quería conocer a unas amigas con las
que había venido. Asintió encantado y al cabo de un minuto, estaba rodeado por
tres bellas mujeres que sonreían continuamente. Les dijo que aquel encuentro
había que celebrarlo y comenzó a pedir consumiciones para todas. Su estado de
ánimo se disparó próximo a la euforia, al contemplar aquellos bellos rostros
que le sonreían.
Al cambiar la música con un gesto impulsivo agarró del
brazo a una de sus acompañantes y medio a trompicones, se dirigió a la pista de
baile. Rodeado de gente empezó a bailar con al chica dando pasos inseguros.
Ella, al percatarse de esta circunstancia, le preguntó al oído que si se
encontraba bien. El respondió que nunca se había sentido mejor y agarrándola
más fuerte comenzó a dar vueltas y vueltas.
Transcurridos unos minutos, ante sus ojos comenzó a
girar el local. Todo, como un carrusel que gira al compás de la música, empezó
a moverse alrededor de él. Las barra, las mesas, la gente. Comenzó a sentir un
sudor frío al tiempo que su cara se adquiría una palidez notable. Ahora todo
giraba en torno a él formando un maremágnum multicolor que cambia de formas con
movimientos lentos.
En ese instante sintió un dolor agudo en el pecho. Era
como un pinchazo de una aguja larga y afilada que le atravesaba el corazón. Con
los ojos desorbitados miró a su compañera de baile e intentó decirle algo.
Ella, con mirada extraña le preguntó que le pasaba, pero sus palabras se ahogaban en medio del
ruido de la sala. Se llevó su mano
izquierda al pecho como para contener el dolor, que ahora era insoportable.
Sintió como se le paraba el corazón. Desesperado agarró con su mano
aquella parte del pecho donde se escondía el órgano vital, como intentando
ponerlo en marcha. No podía respirar, se le nublaba la mente y de repente todo
se volvió oscuro. Cayó desplomado.
………………...........
En el zaguán del número 15 de la calle de La Fuente se congregaba un pequeño grupo de vecinos. Todos
hablaban en voz baja, como si temieran ser escuchados por algún extraño
escondido en un rincón cercano. Una
gruesa señora, con cara de afligida parecía que recogía los comentarios
de los allí reunidos y los apostillaba con frases solemnes:
--“Si, ha sido una pena.
No me podía imaginar que le hubiese dado un ataque al corazón y más en una sala de baile. A saber, a lo mejor era un antro de mala
muerte y le habían envenenado la bebida. Con los tiempos que corren no me
extrañaría nada.” --
--“Lo que no tenía era que haber
ido a esos sitios”, replicó una mujer
con nariz aguileña. “A quién se le ocurre”—
-“Era una persona muy rara”- , comentó un tercero.
–“Apenas hablaba con nadie. Se decía de él que tenía costumbre muy extrañas”-.
En ese momento un señor mayor, que escuchaba a cierta
distancia, se acercó silenciosamente al grupo. Se situó en el centro y comenzó
a hablar a los presentes:
-
“ Yo le conocía más que
ustedes, porque como saben he sido su
vecino puerta con puerta durante cierto tiempo”-
Los demás se acercaron a este vecino y formaron un
corrillo a su alrededor para escucharle con mayor atención sus palabras, dando
así, un cierto aire de confidencialidad a la reunión.
Este prosiguió: -“Una vez, hace ya bastantes años, me lo
encontré como acurrucado en el descansillo de la escalera. Alarmado, le
pregunté qué le ocurría y como contestación recibí un sollozo. Le ayudé a incorporarse, entramos en mi casa y
le preparé una infusión para tranquilizarle sus nervios. Ya más sosegado,
empezó a hablar y me contó que estaba sufriendo lo indecible. Su relación se
había roto irremisiblemente y se consideraba culpable de esa ruptura. Estaba
arrepentido, pero no tenía el valor de reconocer sus errores delante de su
pareja. Su orgullo le dominaba y le impedía llevar a cabo cualquier señal de
acercamiento.
Yo traté de tranquilizarle diciéndole que esas cosas
ocurren, pero, que si la situación era tal que no tenía vuelta de hoja, lo
mejor era tratar de olvidar, aunque eso llevase su tiempo. Además le dije que
en estos casos, la culpa nunca es exclusivamente de una sola persona y que por
tanto él no debía asumir toda la responsabilidad de esa ruptura.
A medida que seguía hablándole en estos términos, notaba
como él iba recuperándose de su aflicción. Finalmente, cuando le dejé frente a
su puerta, me sentí satisfecho de haberle podido ayudar en la medida de mis
posibilidades.
Sin embargo, dos días más tarde, mi escondida
satisfacción se vino abajo al contemplarle nuevamente sentado en el
descansillo, lamentándose otra vez de su desgracia. Al ver de nuevo la situación, me acerqué a
él, pero al verme, se incorporó rápidamente y sin mediar palabra, entró en su
casa y dio un sonoro portazo. Francamente no entendí en ese momento su actitud
y a decir verdad, no la he entendido hasta ahora. Desde luego, lo que hizo me
sentó mal, y decidí no interesarme más por él.
Luego, como saben me mudé otro barrio y alquilé el piso.
Hoy había venido a para hablar con mi inquilino y el portero me ha contado la
noticia.”-
-
“Siempre me pareció que era un
tipo muy raro”- añadió la mujer con nariz aguileña. “- A quién se le ocurre
salir a tomar copas con 78 años.”-
..............................................
FUEGOS FATUOS
(Fragmento I)
Otra vez y siguiendo
la rutina que me marca mi trabajo, tengo que coger el AVE Madrid-Sevilla-Madrid,
es decir un viaje de ida y vuelta en el día. El tener que madrugar ya es un
fastidio, pero lo que realmente me molesta es el ritual metódico que hay que seguir
hasta conseguir alcanzar el asiento asignado en mi billete.
Siempre hago
igual. Llego a la estación sobre las siete de la mañana. Acto seguido
me encamino a través de la rampa mecánica al control de acceso. Me fastidia el
tener que poner mi maleta de mano en la cinta del escáner. Como si hubiera
sospechas de que fuera un terrorista portando explosivos. Una vez dentro,
desayuno en una cafetería de barra espaciosa, donde se agolpan los viajeros
vespertinos para disputarse un desayuno rápido antes de pasar el control de
acceso a los andenes.
Siempre pido lo
mismo: café con leche y tres churros. El drama se adueña de mi rutina cuando no
hay churros. En esas situaciones de crisis tengo preparada siempre una salida
de emergencia. Un donuts. Más colesterol para el cuerpo. Pero me da igual.
Luego la típica
espera hasta que se produce la llamada anunciando el destino y número de vía.
El paso por el control para el chequeo del billete y la bajada por las
escaleras mecánicas al andén correspondiente.
Entonces es
cuando llega mi pequeño momento de gloria. La empresa nos facilita el billete
en clase preferente, hecho importante y diferenciador, por lo que tengo que
dirigirme a uno de los dos vagones dispuestos parta esta clase en la cabecera
del convoy. Así me separo del resto de viajeros que viajan en clase normal y
además tengo derecho a un trato a un tanto especial: aperitivo de bienvenida,
prensa, comida o merienda según procediese, etc.
La verdad que
una vez realizados un número determinado de viajes, todas estas atenciones a mí
me sobran y sobre todo si el viaje, como en este caso, es a primera hora.
En estas estoy
cuando llego a mi vagón y paso indiferente ante la sonrisa forzada de la
azafata de turno, que nos recibe en la puerta de acceso. Al subir al coche
pienso para mis adentros lo duro que tiene que ser poner cara de felicidad a
estas indecentes horas de la mañana, cuando lo que pide el cuerpo es seguir en
la cama dormir y desconectarse del mundo por unas horas y por supuesto, no
entablar conversación alguna hasta que el
biorritmo se adapte a las circunstancias y se tenga plena consciencia.
De lo contrario, en mi caso, si hablo, apenas logro mantener la coherencia
debida para seguir una cierta lógica en mis palabras a lo que se une mi más
absoluta indiferencia sobre lo que digo y escucho.
Una vez en el
coche dejo mi maleta en el portaequipajes superior y me acomodo en mi asiento lo
mejor que puedo para conciliar un rico sueñecito que me ponga las pilas. Pero
no puedo, estoy desvelado por culpa del café del desayuno.
Y entonces me
doy cuenta. Mi gran terror en estos viajes, Mi bestia negra. Los malditos
móviles, invento infernal, que se han adueñado de todo el mundo como si fueran
la tabla de salvación en este océano de soledades. El cordón umbilical que
regula nuestras conductas, y redacta el guión de nuestras acciones. El “Allien”
que descubre nuestros caracteres, emociones, sentimientos y en definitiva,
nuestra forma de ser. Ese confesor oculto de nuestros pecados y pregonero
redundante de nuestros éxitos (aunque sean ficticios). Ese aparatito minúsculo
y sofisticado que nace como una prolongación artificial de nuestra oreja, de la
que no se suele despegar. Sus musiquillas que anuncian nuevas llamadas son como
órdenes para que nos convirtamos automáticamente en esclavos de nosotros mismos
y sin darnos cuenta o a propósito, actores improvisados en un escenario lleno de
autómatas programables.
Las
conversaciones a través del móvil son eternamente inacabadas. Empiezan con un
¡SI! a medias entre inquisitivo e interrogador y acaban inexorablemente con el
adiós –adiós (se repite dos veces), seco y frío, como si la conversación hubiese
sido mantenida entre dos robots desprovistos de todo tipo de emociones. Si la
charla se mantiene con alguien supuestamente más cercano como un amigo de toda
la vida, la despedida acaba no con un adiós,
sino con un ¡VENGA!, que significa que se da por finalizada la conversación
pues se da por hecho que ya no se admite más diálogo. Este “venga” se suele
acompañar con un lacónico “adiós o “hasta luego”, que se pronuncia más bajo y
que permite colgar en el móvil con toda la tranquilidad del mundo.
Ante la amenaza
de las conversaciones a través de los móviles, me agazapo en mi asiento y
suplico que la tortura en este viaje sea soportable.
Poco a poco el
vagón se va llenando de gente que inevitablemente dotada del correspondiente
aparatito. Van ocupando sus sitios respectivos y con alivio observo que nadie
se sienta a mi lado, ni tampoco en los asientos cercanos. De momento estoy de
suerte. Y de repente se escucha la primera llamada cuyo destinatario es un
señor obeso que se ha acomodado en la segunda fila de asientos. Como
obedeciendo a un plan preestablecido, suenan detrás de mí otros dos móviles más
y se entablan los correspondiente y anodinos diálogos.
De momento la
situación parece controlable ya que el nivel sonoro de las conversaciones no es
muy alto y se mezcla con los ruidos propios de un tren que va a partir. El
abrir y cerrar de las puertas automáticas del coche es incesante y por alguna
extraña razón el
vagón es ocupado por un número mayor de pasajeros que el acostumbrado que se
van acomodando en sus respectivos sitios.
Pasados escasos
minutos el tren arranca puntualmente con un suave tirón. Y en ese preciso
momento se abren las puertas automáticas para dar paso a un último pasajero. De
estatura media, va vestido con traje de ejecutivo de color azul oscuro. Lleva
el pelo negro, peinado hacia atrás y engominado. Porta en su mano izquierda un
maletín de viaje y en su
mano derecha, como no, un móvil con antenita que mantiene pegado a su oreja
mientras habla en voz alta. El tono de su voz es a la vez grave y solemne por
lo que se impone al resto de conversaciones. Recorre con indiferencia el
pasillo del vagón hasta que encuentra su asiento, situado dos filas más adelante
de mi sitio. Deposita el maletín en el portaequipajes superior y se sienta
manteniendo la conversación por el móvil.
Poco a poco el
resto de conversaciones se van acabando, hasta que sólo queda la del petulante ejecutivo, que como si nada sigue
con su conversación telefónica que ahora se escucha con estruendosa nitidez en
todo el vagón:
“ Sí, si a ese hay
que pararle en seco. Ha llegado demasiado lejos y no me interesa que siga por
ese camino. Te ocupas tú, ya me entiendes. Yo hablaré con Carlos y le convenceré
del asunto. Ya sabes que al director general le tengo en el bote…
Quiero ver a ese
impresentable en la puta calle mañana mismo si es posible (eleva el tono de
la conversación)
Es un cerdo arrogante. Así que espabilas y me llamas cuando todo esté resuelto
y recuerda, sin concesiones de ningún tipo. Que se entere de lo que vale un
peine. Querer tocarme a mi los cojones, pero que se ha creído.
(cuelga)
En ese momento
todo el vagón ha enmudecido, ya que sus ocupantes se han enganchado a la charla
del petulante como algunas señoras mayores se enganchan con las telenovelas
sudamericanas, y lo peor es que como por encanto, el resto de móviles ha
enmudecido también misteriosamente El silencio reinante se hace espeso y llega
a ser agobiante. Solo es roto por una de las azafatas que irrumpe en el pasillo
empujando un carrito y anunciando:
“Prensa, El
País, El Mundo, ABC”. Va pasando por las filas de asientos ofreciendo los
periódicos, que algunos pasajeros piden tímidamente. Cuando llega el turno del
ejecutivo engominado, este se decanta por periódicos de corte económico: “Cinco
Días”, “El Economista”, poniendo en un ligero apuro a la azafata que ya ha
distribuido los escasos ejemplares de que disponía. “Lo siento ya no me quedan
¿No prefiere El País o el ABC? “ El “repeinado” niega con la cabeza y con un
ademán de desdén le hace entender a la azafata que pasa del tema.
No han pasado
apenas cinco minutos cuando el “ring-ring” del móvil del petulante clama
atención de nuevo. Y de nuevo se escucha la conversación en todo el coche:
“ Si, dime (breve
silencio), no,
no, vende ahora no esperes. ¿Cuanto podemos sacar por el split? Joder no es
suficiente. Me estás hablando de tres y medio, cuando yo espero cinco”
En este momento
el silencio reinante se vuelve de ultratumba y todos agudizan las orejillas.
Incluso una llamada impertinente que se ha colado en un móvil correspondiente
de una señora que va en la parte de atrás es despachada con un lacónico “ahora
no puedo. Te llamo luego”.
“Pues claro de
“Mark and Thomson” compra veinte mil a diez con ocho, se van aponer a trece. (En
este momento dos señores situados asientos próximos comienzan a apuntar
disimuladamente en papelitos). Me lo va a decir a mí. El gilipollas de Luis no tiene ni puta
idea, que haga lo que quiera. Silencio… No, no, con las de “Burt & Spencer”
mantén la posición hasta que yo te diga. Eso es. Con esas, que ya me han dado cincuenta
mil en un mes, puedes venderlas. Si a veinte no esperes más. Vaya comisión que te has llevado
eh? cabroncete. Me llamas luego y me cuentas. Venga. Hasta ahora.” Cuelga.
El silencio
reinante se rompe con un murmullo lejano que logro escuchar: “ A ver si
aprendes a invertir como es debido. ¡Tú con tus telefónicas de toda la vida! Mira
ese como se forra. ¡A ver si aprendes! Le increpa una señora a su acompañante
de asiento, que parece ser su marido. El responde tímidamente: “pero para eso
hay que tener información confidencial o contactos”. “Inútil” replica ella.
Pasado un breve tiempo Vuelve el “ring ring”,
sonido que ya conoce todo el vagón;
“Si, dime Fran. Que
ya has vendido Las Pedroñeras. ¡Cojonudo!, Cuanto al final. Cuatro kilos. Está
bien Ya sabes lo que hacer. Silencio… No, tu comisión como de costumbre el
cinco por ciento. Silencio… Ni de coña tío, te las apañas con eso joder. Te
estás llevando doscientos mil euros. Silencio… ¡Pues si tienes problemas te
jodes! Yo no tengo la culpa. Ya, ya. Hombre claro. A propósito como va lo de la
figura de jade. Ya sabes que la quiero a cualquier precio. Silencio… Me dá igual
que haya otra oferta.
La doblas si es
preciso. Silencio… Si ya sé que tiene más de seiscientos años o los que sean. Es
un capricho de mi churri ¿entiendes? Vale,
cuento con ello. Para el quince, ni un día después. Venga. Cuelga
con cierto aire de cabreo.
El carrito del
break-fast pasa por el pasillo como un alma en pena. Por lo visto todos han
desayunado, comido o lo que sea, en definitiva que nadie tiene hambre. La
azafata que lo porta no se lo puede creer. Al final del pasillo se le oye comentar con otra
compañera. “Es la primera vez que nadie quiere comer nada. No me han pedido ni
siquiera un café. Si esto sienta un precedente adiós empresa de cattering.” La
compañera que es muy pusilánime, asustada le dice “ Como están las cosas, tú
crees que nos van a
despedir” La primera la mira con cara de extrañeza y sin decir palabra prosigue
su camino para atender el segundo vagón de preferente.
Como si fuera
una unánime petición de la audiencia, se escucha de nuevo el famoso
“ring-ring”.
“ Hola chati ¿como
estás?” La voz del petulante
se hace dueña de nuevo del vagón. “Ya me estás echando de nuevo ¿eh . No puedes pasar sin
mí. ¡Confiésalo! Silencio… Que soy un creído. Si pero a que te gusta Te
acuerdas mucho de la última vez. ¡Je, je! Estuvo bien ¿a que sí? Por cierto
¿que llevas puesto? ¿Ese vestidito rosa que tanto me pone? Y que más, Bueno
luego me lo cuentas. Silencio… Sí te paso a recoger como de costumbre a las
ocho. Silencio… (Eleva la voz) y porqué me la
mencionas ahora. A que viene eso, Si ya sé que es mi mujer ¿y qué? Ya sabe que
esto es o que hay. A ella ni la menciones. Para
ti como si no existiera. ¿vale? Me cabrea que toques ese tema. Bueno venga, no
me enfado. Vale, vale. Silencio… Si te traigo algo. Algo que brilla. Silencio…
No seas curiosa. No te lo voy a decir. Venga, venga te llamo luego. Un besito. Adiós,
adió .” Cuelga.
Y entonces por
anuncian por el altavoz del vagón:
“Próxima estación Córdoba” . Al oír esto, el petulante como impulsado
por un resorte se levanta, recoge su maletín de viaje del portaequipajes y sin
mirar nadie sale caminando deprisa hacia la puerta de salida, escoltado por las
penetrantes y envidiosas miradas de los viajeros del coche, como queriendo descubrir
en esta última oportunidad quién es el ínclito personaje, pues pudiera ser un
famoso de la televisión o algún político reconocible. El repeinado no parece
responder a ninguno de estos supuestos.
En esto, me
levanto a estirar un poco las piernas y decido tomar un café en el coche-bar. Me
cruzo con algunos nuevos viajeros que buscan su sitio. Al pasar por el asiento
que ocupaba el petulante, observo con incredulidad que hay un móvil en el
suelo. Es sin duda su móvil que se le ha debido caer sin darse cuenta al
levantarse tan rápido y salir del tren. Mi primer pensamiento es bajar del tren
e intentar localizar al presuntuoso, pero en ese instante arranca de nuevo el
convoy. En un segundo cambio el plan y decido quedármelo. Como un felino que
acecha su presa, miro alrededor y observo que los pasajeros siguen con sus movimientos
de acomodación en el vagón y que los asientos de al lado han quedado vacíos,
por lo que nadie se ha podido apercibir del olvido. Con sumo cuidado me agacho
y recojo el móvil del petulante. Discretamente lo introduzcen mi bolsillo
derecho y me dirijo al lavabo donde me encierro a cal y canto con mi presa.
Los malos
pensamientos se suceden en mi mente a velocidad de vértigo. Sí… la agenda. Ha
de tener una gran cantidad de números, quién sabe y entre ellos el de la “chati”.
También lo podría encontrar por el menú de últimas llamadas.
Con movimientos
ceremoniosos despliego la antenita del aparatito y abro la tapa del móvil. Pero
algo extraño sucede entonces. La pantalla parece normal pero hay algo raro en
el teclado. Los números… parecen raros. Presiono uno de ellos y nada sucede. Presiono
sucesivamente el número y permanece inmóvil. Pruebo con los otros y sucede lo mismo. Estoy tocando un teclado
de piezas inmóviles. Es un teclado de mentira. ¡ES UN MOVIL DE JUGUETE! …
Ya en la barra
pide un café. En ese momento llega una espléndida mujer morena que se sitúa muy
próxima a mí en la pequeña y sinuosa barra del coche-bar. La miro y me devuelve
una mirada de cortesía pero falta de interés. En ese momento pienso: ¿y porque no? Extraigo el pequeño móvil de mi
bolsillo. Despliego su antenita, abro su tapa y hago como si marcase un número.
Me giro un poco de espaldas a la barra, espero medio minuto y comienzo a
hablar: “ Si
Alberto, has hecho ya la operación. ¿Si? , silencio… y cuanto es mi comisión.
Cincuenta mil. Silencio…bien, me esperaba algo más.” En ese momento, observo por el rabillo del ojo
que esa estupenda mujer morena me mira con gran interés mientras sigo con mi
monólogo.
El tren avanza a
toda velocidad hacia Sevilla. Pero siempre hay algo de tiempo…
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AL DESPERTAR
(Fragmento I)
Despues de tomar una cena ligera y ver las noticias en el telediario de las nueve, se acostó. Normalmente tardaba algún tiempo en dormirse, pero en esta ocasión, tras unos breves minutos de somnolencia, alcanzó un estado de sueño profundo.
Sonó el despertador. Se despertó bruscamente y dirigió su mirada hacia las fluorescentes agujas del reloj que marcaban las siete de la mañana, la hora acostumbrada de levantarse para iniciar la rutinaria jornada de trabajo.
Tuvo la sensación de que la noche había transcurrido en unos breves momentos, pero dado su estado de agotamiento del día anterior, y al encontrarse ahora descansado, supo que había estado durmiendo toda la noche bajo los efectos de un sueño reparador.
Se levantó y abrió las contraventanas de su habitación. Inmediatamente escuchó el ruido callejero que produce una gran ciudad que lentamente despierta.
Se dirigió al cuarto de baño. Tras asearse y tomar un ligero desayuno, salió del domicilio y se encaminó escaleras abajo hacia la calle.
Era un caluroso día de julio. La ciudad se encontraba más vacía que de costumbre por ser período estival. El termómetro solía rondar los cuarenta grados al mediodía y el asfalto de las calles, recalentado por la acción del sol, actuaba como acumulador de calor, haciendo más penosas las largas horas diurnas.
Ya en la calle, sintió que aquel día iba ser especialmente caluroso. Aligeró el paso y se introdujo en la boca de metro habitual, confundiéndose entre el gentío.
La jornada laboral transcurrió de forma lenta y aburrida, sin apenas incidencias.
Tras finalizar su trabajo, salió de la oficina y se dirigió a la parada de autobús más próxima. Una vez en ella observó con cierta indiferencia el numeral del vehículo que se acercaba y que no correspondía al de su línea habitual.
Ese autobús se detuvo silenciosamente en la parada y abrió de forma automática sus puertas para que dos o tres personas que lo esperaban subieran. Después arrancó sin estrépito. Al contemplar la fila de pasajeros que desfilaba ante él, observó algo en el rostro del último de ellos que le dejó estupefacto. Clavó su mirada en aquel sujeto mientras el vehículo se iba alejando de la parada hasta finalmente perderse entre la intensidad del tráfico.
Esa persona se parecía mucho a ... él mismo, es más, por un instante hubiese jurado que era un doble suyo. Aunque solo observó su perfil, reconoció como propias aquellas facciones, la frente, la nariz, el mentón, la forma y el color del pelo, su cuerpo, los brazos... incluso llevaba un atuendo idéntico al que él llevaba y del mismo color.
Transcurridos los primeros instantes de asombro, reaccionó buscando a su alrededor alguna persona que se hubiese percatado de esta situación. Pero los viandantes que estaban en la parada permanecían indiferentes y ajenos a esta circunstancia, entreteniéndose leyendo la prensa o alguna revista o simplemente en actitud de espera.
Aparentemente todo parecía normal y rutinario lo que hizo que lentamente se fuese tranquilizando. Comenzó a pensar que todo había sido fruto de su imaginación en un día en el que hacía demasiado calor. En una ciudad de tres millones de habitantes puede ser habitual encontrar de vez en cuando personas parecidas a uno mismo, pero nunca iguales. Lo de la ropa sería una casualidad. Además muchos famosos o personajes públicos tienen sus propios dobles. Sería gracioso que él tuviese uno, incluso que él mismo fuese el doble del que iba en el vehículo. Pero él no era famoso...
Abstraído en estos pensamientos contempló como se acercaba el autobús que esperaba y subió a él. En el viaje fue restando importancia al incidente distrayéndose con el paisaje urbano y una vez en su parada de destino dejó de pensar en ello.
Se dirigió como solía al finalizar su trabajo, al bar de siempre con intención de tomar un almuerzo ligero. El local estaba más vacío que de costumbre, cosa normal por las fechas. Sentado en un taburete de la barra degustaba unas verduras y veía la televisión sin voz, situada en una repisa en la zona alta de la pared del fondo. En el bar sonaba una música de fondo.
Finalizó el frugal almuerzo con un café. Pagó y al salir del local le envolvió una bocanada de aire caliente. Al poco rato ya estaba en el zaguán de su casa. Se dispuso a inspeccionar la posible correspondencia de su buzón. Entre las cartas rutinarias había un sobre sin sello que enseguida llamó su atención. Era una carta dirigida a su nombre y la letra se parecía mucho a la suya propia. Con curiosidad, la apartó del resto y se la guardó en un bolsillo. Sosteniendo con cierta desgana los sobres restantes se encaminó, escaleras arriba hacia su casa.
Una vez en su domicilio, extrajo de su bolsillo la misteriosa misiva, abrió con avidez el sobre y leyó el contenido, un papel mecanografiado que se expresaba en los siguientes términos :
-- Te estoy observando, continuamente. Te observo cada día y estoy al tanto de cada una de tus acciones. Sé exactamente como eres físicamente, donde vives, a qué te dedicas, qué sitios frecuentas, cuáles son tus hábitos... Incluso puedo leer tus pensamientos y por tanto anticiparme a tus acciones. Para muestra te diré exactamente lo que has hecho hoy”.
A continuación pasaba a describir con precisión todas y cada una de las acciones que había llevado a cabo a lo largo de la mañana, incluso dentro de su oficina, finalizando en el momento en que entraba en el portal de su casa. Por último se leía:
-- Sé que en este momento estas muy alterado y confuso, incluso ... atemorizado. Pero no te preocupes. Como ya te he dicho, yo siempre me anticipo y por tanto te controlo--.
La carta no estaba firmada ni tenía remite. Cuando acabó de leerla un sudor frío le recorrió todo el cuerpo. Volvió a leerla una segunda vez, más detenidamente para asegurarse de que su contenido no era otro y al finalizar le invadió un estado de ánimo próximo al estupor.
Pasados los momentos de confusión reaccionó intentando mentalmente poner en orden algunas ideas. Si lo que expresaba la carta era cierto, esa persona que le espiaba estaría seguramente observándole en ese preciso instante. Pero ¿desde dónde?.
Un primer pensamiento cruzó su mente como un rayo. ¿Y si en este preciso momento y por extraño que pareciese, estaba siendo observado desde algún sitio oculto ?
Se acercó con precipitación hacia un balcón que daba a la calle principal y abrió las puertas acristaladas y las persianas exteriores dirigiendo a continuación su mirada hacia el exterior. Dada la hora del día estaba casi desierta. Solamente algún que otro transeúnte
caminando despacio por la acera y ... Pero en la esquina de la calle había un hombre mirando hacia la fachada de su casa, hacia él. Sostenía en sus manos una pequeña libreta y de vez en cuando apuntaba algo en ella.
Clavó su mirada en ese hombre y le estuvo observando fijamente al mismo tiempo que era observado por el extraño. Este, a intervalos, bajaba la cabeza y anotaba algo en su cuadernillo. Transcurridos unos minutos que parecieron eternos, el extraño personaje dejó de mirar y guardando sus notas dobló la esquina y se alejó lentamente.
Aún le observó unos instantes más caminando de espaldas e intentó grabar en su memoria todos aquellos detalles que podrían ayudarle a identificarle: mediana estatura, complexión fuerte, pantalones grises y camisa a rayas.
En un primer momento pensó en seguir a aquel extraño personaje. Pero reflexionando despacio dedujo que no era una buena idea. Además podría ser fruto de la casualidad y tal vez él no era el objeto de esa observación.
De repente recordó algo que le tranquilizó. El piso contiguo al suyo estaba en venta y unido al enrejado de uno de sus balcones, mostraba un cartel anunciándolo y un teléfono de contacto. Seguramente era lo que estaba apuntando aquel hombre
Más confiado decidió preparar una bebida refrescante y ver la televisión. Sentado cómodamente en su butaca poco a poco le fue envolviendo la monotonía de un programa de entrevistas hasta que, arrullado por el sonido del aparato, se durmió.
Unos fuertes bocinazos procedentes de la calle le despertaron de su siesta. ¡Vaya! , se había quedado dormido frente al televisor. Se desperezó y miró la hora: las siete y media. Pausadamente se incorporó y apagó la televisión.
Recordando todo lo acontecido en horas anteriores, decidió revisar el contenido de la extraña carta recibida pero no la encontró. Inspeccionó con detenimiento toda la correspondencia y no estaba aquella maldita carta.
Repasando mentalmente sus acciones anteriores se acordó que la había dejado en el primer cajón del armario de su cómoda, en su dormitorio. Entró en esa estancia y se dirigió hacia el armario. Abrió rápidamente el cajón superior comprobó que la misiva no estaba allí. Tampoco estaba en los cajones restantes. Después de buscar por todos los sitios posibles, estupefacto tuvo que ceder ante la evidencia : había desaparecido… O quizás nunca existió.
(Fragmento II y último)
Las
calles estaban más animadas al anochecer. Ya con mejor disposición, decidió
cenar Las en una de las tabernas típicas de la zona antigua que conocía bien.
Un vez allí, sentado en un pequeño rincón y viendo a otros comensales y el ir y
venir del camarero, se sintió más relajado
y pensó que lo sucedido en el día, aquel
doble suyo en el autobús, o el hombre que apuntaba frente a su casa habían
sido producto de raras casualidades. Incluso la carta que finalmente nunca
existió, seguramente fuese una de esas extrañas confusiones con una carta de
propaganda de esas que, a toda costa, intentan llamar la atención del
destinatario.
Para
celebrar su vuelta a la normalidad pidió una botella de un vino de reserva que
sería perfecto para acompañar sus platos. Una vez finalizada la cena, encendió
con parsimonia un cigarrillo, pidió la cuenta, pagó y salió del local.
La
noche estaba tranquila y decidió dar un pequeño paseo por la zona antes de
regresar a su domicilio. Se entretuvo contemplando las formas barrocas que
adornaban la fachada de una conocida iglesia y más allá el enrejado que
protegía las ventanas de un antiguo y sobrio
caserón. Transcurridos unos minutos llegó a una pequeña plaza ajardinada, de la
que partían varios calles pequeñas, siendo una de ellas, de suave pendiente, la
que desembocaba en otra plaza de forma rectangular y más grande que la
anterior, situada muy próxima a su casa.
De
pronto tuvo la sensación de que algo extraño estaba pasando. La plaza se
encontraba vacía y oscura en contraste
con el resto de las zonas por donde había pasado. Incluso se imponía un
silencio extrañamente sobrecogedor. Una sensación de miedo le recorrió todo el
cuerpo, evaporando los efluvios etílicos del alcohol ingerido. Aceleró el paso.
Un sudor frío empezó a bajarle por la espalda, humedeciendo a la vez su frente
y sus sienes, pero al ver una pareja paseando a lo lejos se tranquilizó, y
frenó la cadencia de su paso al empezar a descender por el callejón en
dirección a su casa. Súbitamente saliendo de un pequeño portal una persona le
llamó quedamente. Sobresaltado volvió la cabeza y descubrió entre la oscuridad
la figura de un hombre de mediana edad y de complexión fuerte que parecía
mirarle fijamente.
Sobreponiéndose
un poco al sobresalto inicial, se paró y le preguntó en voz baja que era lo que
deseaba. El extraño subiendo el tono de voz y adelantando unos pasos hacia
donde se encontraba le pidió fuego. La penumbra de la calle ocultaba
parcialmente su rostro, pero podía distinguir sus facciones, comprobando que
eran muy similares a las suyas. Cuando extendió el encendedor hacia él la
vacilante llama iluminó las facciones del extraño. Se le heló la sangre. Aquel hombre,
era el mismo que había visto por la mañana en el autobús. ¡¡ Era … era exactamente como él !!
En
ese instante el extraño sujeto clavó sus ojos en él y con rabia apenas
contenida le gritó: ¡Voy a poner remite
a la carta que has recibido hoy h. de puta!, al mismo tiempo que sacaba en su
mano izquierda un objeto puntiagudo.
En
décimas de segundo se dio cuenta que sostenía en su mano un cuchillo y que se
lo iba
a
clavar. Apenas le dio tiempo a decir : Pero ¿Quién eres tú? , ¡No! ¡No!, cuando
sintió en su antebrazo el dolor desgarrador que produce la hoja al penetrar en
la carne. Instintivamente se había protegido del golpe interponiendo su brazo
derecho, recibiendo éste la cuchillada.
En
un acto reflejo dio un empujón a su atacante, que cayó al suelo y empezó a
correr cuesta abajo apretándose con la mano su brazo herido. El dolor era
terrible pero el miedo le hacía correr con todas sus fuerzas sin mirar atrás.
Creía que nunca iba a alcanzar el final del callejón. Cuando al fin llegó la
plaza, detuvo su carrera y miró hacia atrás, comprobando que nadie le
seguía.
La
plaza estaba extrañamente vacía por lo que la posibilidad de pedir ayuda era
remota. Con su mano izquierda temblorosa, extrajo un pañuelo de su bolsillo y
se lo aplicó a modo de vendaje sobre su brazo herido que ahora sangraba en
abundancia. El pañuelo al instante se empapó de sangre pero ayudó a disminuir
su pérdida. El dolor era muy agudo pero no le impedía caminar, así que dirigió
sus pasos hacia el portal de su domicilio que ahora se encontraba a unos
cincuenta metros de distancia. Una vez allí, podría examinar la gravedad de su
lesión y avisar a los servicios médicos de urgencias.
De
repente vio algo que le hizo detener sus pasos bruscamente. Un hombre, parado
en la acera, le estaba mirando. Parecía el mismo que le había atacado minutos
antes. Se quedó estupefacto, observándole unos instantes que parecieron eternos
hasta que aquel extraño comenzó a caminar hacia donde él estaba Entonces le
invadió un terror profundo y dándose la vuelta comenzó a correr en dirección
hacia la plaza preguntándose cómo era posible que ocurriese esto.
Pasados
unos segundos giró su cabeza para mirar si el extraño le perseguía y una
terrible angustia le invadió al contemplar que no sólo le perseguía, sino que
había acortado drásticamente la distancia que le separaba de él, que ahora era
de unos treinta metros. Aceleró cuanto pudo sus pasos pero empezó a acusar el
cansancio que ya hacia mella en su cuerpo, debilitado por el shock y la pérdida
de sangre.
Alcanzó
el recinto de la plaza que inexplicablemente se encontraba vacía de gente. En
ella, se elevaba una estatua en la zona posterior. Corrió hacia el monumento a
fin de encontrar algún resguardo detrás del misma.
La estatua tenía una base cuadrada de aproximadamente
cuatro metros de lado, que se elevaba a modo de pedestal hasta los pies del
personaje de piedra Casi pegada a esta, y por el lado posterior, una verja metálica cerraba el recinto e
impedía la salida hacia el exterior. Instintivamente se situó en ese lado de la
base apoyándose de espaldas en la pétrea pared. Con la respiración entrecortada
aguardó unos instantes, para descubrir horrorizado que desde donde se
encontraba su perseguidor podía presentarse por cualquiera de los lados de la
base para atacarle sin que pudiera verle. Por tanto, debería huir por uno de
los laterales del pedestal, ya que el sitio donde se encontraba, no ofrecía más
salidas posibles.
Sin
pensárselo dos veces y azuzado por el miedo, dobló la esquina derecha del
cuadrado y se situó en ese lateral de la base, en el que afortunadamente no
había nadie. Respiró aliviado y comenzó a correr para alejarse de la estatua. No habría
dado más de seis pasos cuando sintió como un objeto penetrante y afilado le
traspasaba espalda. Un dolor indescriptible le invadió de repente. Era como un
profundo fuego que le quemaba por dentro.
Se
giró tambaleándose y descubrió el rostro de su agresor. Era el extraño que le
había herido antes. Ahora dispuso de un poco de tiempo para observar que este
tipo era su propio doble.
¡Era él mismo!, pero… ¡No!,
Había algo diferente. Algo en lo que no había reparado antes y
que ahora al tener nuevamente su cara tan cerca, podía contemplar. Un pequeño
anillo a modo de pendiente le colgaba del lóbulo de su oreja izquierda. Un
adorno que él no llevaba. No hubo tiempo de más. Instantes después recibió una
puñalada directa en el pecho que le hizo perder el contacto con la realidad. Todo se
quedó a oscuras.
..............................
Se
despertó de repente, sobresaltado. Tenía la cara y el cuello empapados en
sudor. El corazón le latía con fuerza en el pecho y respiraba
aceleradamente. El sofoco producido por
la angustia y el aire viciado de la habitación, dejó paso poco a poco a un
profundo alivio al ir comprobando su
nueva situación en el tránsito del estado de sueño al de plena
consciencia. ¡¡No estaba herido!!, ¡¡No había sido apuñalado!!, ¡¡Nadie le
perseguía !!.
Una
alegría súbita le invadió de repente al tomar contacto con la realidad. Había
tenido una pesadilla ¡¡Una maldita pesadilla!!,
de esas que hacen confundir los sentidos y las sensaciones y se
experimenta como si uno estuviese viviendo en una especie de realidad virtual.
Se
incorporó lentamente y dirigió su mirada hacia las agujas del reloj
despertador. Las cuatro
y media de la
madrugada. Evidentemente había sufrido una pesadilla
impactante y seguramente había durado un largo rato. Se recostó de nuevo
aligerándose de las sábanas que lo cubrían y se dispuso a dormir no sin antes
recordar las sensaciones irreales experimentadas. Poco a poco el sueño le fue
venciendo, hasta que finalmente se quedó profundamente dormido.
............................
Sonó el reloj despertador. Se despertó sin sobresalto y
comprobó la hora. Las
siete de la mañana. Se enderezó en el borde la cama y bostezó para después
levantarse con pereza. Sintió un ligero malestar y dolor de cabeza. Lentamente abrió las contraventanas de su habitación. Al
tiempo le sobrevino el ruido producido por el bullicio vespertino de la gran ciudad.
Acto seguido se dirigió al cuarto de baño para asearse.
Delante del espejo, contempló su rostro en el que se
notaba el cansancio de la mala noche pasada y recordó el pésimo sueño que había
tenido aunque los detalles le parecían ahora confusos y entremezclados. Dejando
atrás este pensamiento aproximó su cara al espejo y comenzó a afeitarse. Todo
transcurría normalmente cuando de repente observó algo en su rostro que atrajo
su atención. El lóbulo de su oreja izquierda estaba perforado. Era un pequeño
orificio, apenas perceptible, pero real.
Una leve sonrisa se dibujó en su cara. Salió del cuarto
de baño y lentamente se dirigió a su dormitorio, Una vez en la estancia, abrió
el primer cajón de su armario. Rebuscó entre los documentos allí guardados y
cogió un sobre que se encontraba debajo de un cartapacio medio escondido. Estaba
dirigido a su atención y sin remite. Lo abrió y extrajo el contenido : un pequeño anillo.
Mirándose en el espejo de la cómoda, se colocó el anillo
en el lóbulo perforado de su oreja izquierda. La pieza encajaba perfectamente. Sonrió
de nuevo. Había aprovechado la ocasión cruzando la puerta establecida
temporalmente entre los dos universos.
Tras tomar un café, salió a la calle y se encaminó a la
boca de la estación de metro habitual para comenzar una nueva jornada de
trabajo. Una nueva jornada de trabajo de
su recién estrenada vida.
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CAYITO
Cuando llegan
las Navidades en una gran ciudad como Madrid, siempre ocurre lo mismo. Una
multitud exagerada invade las calles deambulando de aquí para allá con prisas
aparentes o reales como si tuviesen siempre algo pendiente que hacer.
No sé de donde
sale tanta gente. Tal vez sea por los reclamos publicitarios que invitan cuando
no exigen a consumir todo aquello que es consumible. Tal vez sea por las luces
de colores que adornan vías y edificios, o por el montaje de los belenes oficiales
y oficiosos, o por los falsos regalos que cuelgan de los abetos colocados para
la ocasión y que en su mayoría, son cajas cuadradas de brillantes colores rematadas
por lazos rojos o azules, tan vacías como las vidas de aquellos pobres que
piden en las esquinas o deambulan por las calles sin rumbo fijo.
El caso es que
durante estos días todo es imposible. Salir a la calle sobre todo en el centro
de la ciudad es como arrojarse a un torrente de cuerpos ambulantes que se
mueven en todas direcciones.
A pesar de todo
y como me gusta caminar después de estar sentado tantas horas en la oficina,
muchos días regreso andando a mi casa por las tardes. De este modo hago
ejercicio y me distraigo viendo el paisaje urbano y sumergiéndome en el transitar
de los viandantes. Contemplo a mi paso numerosas tiendas que exponen todo tipo
de artículos, algunos ya de
rebajas, con el consiguiente reclamo para seguir consumiendo no vaya a ser que
quede algo de dinero sin gastar y tiempo para pensar por nosotros mismos y cuestionemos
por un momento este sistema por el que unos pocos se enriquecen a costa de
otros muchos
Paseando por una
conocida calle comercial con estos pensamientos y circunloquios cuando algo me
llamó poderosamente la atención. Sentado en una pequeña banqueta y apoyando su
espalda en la pared de un edificio se encontraba un hombre vestido de payaso
con un cartel a sus pies que decía - Tengo
hambre. Ayúdenme. CAYITO -
Permanecía
inmóvil ajeno a la gente y a todo aquello que le rodeaba, como ensimismado con
sus pensamientos, como autista, formando parte del decorado multicolor de la
gran ciudad.
Aparentemente
era un pobre hombre que para llamar la atención no se le había ocurrido otra
cosa que vestirse con un traje de payaso, es decir, casaca blanca, salpicada de
lunares de diferentes colores, camisa naranja, pantalones bombachos de pirata a rayas rojas y
blancas, zapatones negros de anchas punteras y enorme tamaño y cubriéndole la
cabeza una peluca de rizos a juego con el color de la camisa.
Pero lo que más
me atrajo la atención fue su cara pintada de payaso. Había algo extraño en su
dibujo. Tenía sendas manchas blancas que rodeaban sus ojos y resaltaban su
color negro, y la clásica nariz postiza de goma, redonda y de un rojo brillante Destacaba el encarnado que en
forma de corazón bordeaba el blanco donde se dibujaba su boca también de color
rojo pero un tanto apagado.
Fijándome en sus
rasgos con más detenimiento supe lo que me llamaba la atención: su boca.
Destacaba como un extraño grafiti dentro de esa colorista y exagerada máscara. Mas
que una boca era una mueca con la comisura de los labios dibujada hacia abajo componiendo
una expresión de enorme tristeza. No era la cara de un payaso llorón, sino la
cara de un ser desesperado que no podría tener jamás una expresión de alegría
ni siquiera dibujar el mínimo esbozo de una sonrisa.

(Fragmento 2)
Pero un payaso ha de ser alegre, para poder divertir a la gente, a los niños, pensé en mi interior. Aunque también hay payasos tristes, para hacer el contrapunto de los otros, pero con no con la cara de este vagabundo. Me chocó sobremanera su expresión y su actitud de postración infinita.
Le iba a rebasar cuando de repente una señora se acercó a él y agachándose un poco depositó unas monedas en una especie de cestillo que tenía en el suelo delante de sus piernas. No le observé ni un solo movimiento, ni siquiera una leve inclinación de cabeza en señal de agradecimiento por la dádiva. No movió ni un solo músculo de su extraña cara. Permaneció ajeno a esta circunstancia y entonces pensé que era un desconsiderado.
Con este pensamiento me alejé de él y seguí mi camino.
Al cabo de tres días volví a pasar por la misma calle y en seguida me vino a la mente el recuero del mendigo payaso. Recordaba el sitio donde le vi por primera vez, apostado en la fachada de unos grandes almacenes pero al pasar nuevamente por allí ya no estaba. Pensé que ya no le volvería a ver pero me equivoqué porque se había colocado unos cien metros calle abajo justo donde la gran avenida comercial hace esquina con una calle más pequeña.
En aquel rincón, agazapado se encontraba Cayito vestido de payaso y con su cochambroso cartel pidiendo limosna. Al acercarme a él me invadió un sentimiento de rabia contenida recordando su actitud frente a la compasión de la gente, pero justo en ese instante se me ocurrió llevar a cabo una acción contraria a mis pensamientos y con una mezcla de curiosidad morbosa y expectación anticipada me llevé la mano al bolsillo y saqué unas monedas. Al pasar junto a él me agaché y deposité las monedas en su cepillo esperando al tiempo oír de su boca alguna palabra de agradecimiento. Pero no se inmutó. Cuando le rebasé, volví la cabeza para observarle. Se mantenía sin reaccionar, quieto, agachado, mirando al pavimento con aquella cara de rota por la depresión. Decidí observarle más tiempo y para ello me detuve cuando crucé la calle, y me quedé un poco camuflado entre la gente que pasaba a mi lado.
Al cabo de un par de minutos un señor mayor que iba a pasar por delante de Cayito se giró y con algo de dificultad se agachó para dejarle una limosna. No hubo reacción alguna de aquel odioso mendigo. Esta actitud me estaba empezando a consumir. Seguí observando y la escena se repitió con otra señora compasiva y luego una vez más con un joven.
Entonces no pude aguantar más y con un gesto de rabia me dirigí a toda velocidad hacia el mendigo. Al llegar a su altura me incliné y le espeté en su cara : -Te he estado observando y eres un cabrón desagradecido- . Aguardé unos instantes para comprobar su reacción y me preparé, esperando algún tipo de respuesta violenta por su parte. Pero no hubo reacción ninguna, así que dándome la vuelta continué mi camino con algo de temor pues me alejaba de él dándole la espalda.
Pasé gran parte del fin de semana dándole vueltas a lo sucedido con el mendigo payaso, mascullando alguna especie de venganza que pudiera tranquilizar mi conciencia. Le tenía localizado o al menos eso creía, siempre que no cambiase de zona y también podía suponer cual era su horario de “trabajo”.
En este caso le imaginaba pidiendo en la calle varias horas seguidas durante la tarde. Para hacer algo, tendría que buscar un momento en el que no hubiese mucha gente deambulando por su zona, cosa casi imposible por las fechas en las que estábamos o bien al contrario, buscar el pasar desapercibido entre el torrente humano que transitaba delante de él y perderme entre el gentío después de mi acción. Esta segunda opción me pareció la mejor.
Y… ¿que hacer?
Podría darle un bofetón en su agria cara de payaso a ver si así se le quitaba la extraña mueca de tristeza deprimente. Tendría que hacerlo con disimulo y mezclado entre la gente, de tal forma que no se lo esperase y así la confusión fuese total para luego darme a la fuga con la máxima celeridad posible. La idea me parecía buena pero tenía el inconveniente de tener que afrontar su reacción a la agresión. Pero con este personaje no sabía decir. Recordando su actitud, tal vez no llegase nunca.
Permanecería inmóvil como si nada hubiese sucedido, acobardado en su postración o saldría corriendo detrás de mí, en cuyo caso tendría una enganchada con el cabronazo en mitad de la vía. Imaginando estas situaciones me entraba un hormigueo en el estómago acompañado de una ansiedad que empezaba a apoderarse de mi.
El fín de semana pasó con esaxperante lentitud. Por fin llegó la jornada del lunes, tediosa como de costumbre, pero con la motivación de mi venganza sobre el menesteroso payaso autista.
A medida que iban pasando las horas, me imaginaba de diferentes formas la escena y cada vez que la dibujaba mentalmente me volvía aquel cosquilleo fruto de la incertidumbre y la ansiedad.
Por fín llegó la hora de salida del trabajo y sin perder un instante me encaminé hacia la calle donde solía colocarse Cayito. Eran las siete y media de la tarde. La hora perfecta, pensé con la vía llena de gente para poder escabullirme después de sacudirle en la cara al payaso inerme.
Conforme me iba acercando al lugar sentía que me latía con más fuerza el corazón. Ante mi vista, empezaba a diluirse la gente que transitaba a mi alrededor, y solo me figuraba mentalmente mi agresión hacia el payaso.
(Fragmento 3)
Nadie parecía haber reparado en mí cuando estaba a una distancia de unos cinco metros del mendigo payaso. Este permanecía inmóvil, con la cabeza pegada al suelo en el suelo, sin emitir ni un solo quejido de dolor. Alguno de los allí congregados pensaban que se había caído del pequeño taburete donde estaba sentado y había ido a dar con su cabeza en el suelo, o bien que se había mareado y se desplomo de tal guisa.
(Fragmento 4 y último)
(Fragmento 3)
Al pasar por delante de él me invadió de repente una especie de temor que me hizo dudar, de tal forma que me detuve a unos pocos pasos de Cayito sin saber como reaccionar. En ese momento un grupo de chicas pasaban por delante del mendigo charlando y riendo desenfrenadamente. Sin pensármelo dos veces, retrocedí sobre mis para colocarme a su altura. Acababa de depositar unas monedas un viandante, sin obtener respuesta alguna del mendigo, cuando me agaché y con el puño de mi mano derecha le solté un golpe con todas mis fuerzas en su patética cara al tiempo que le espetaba -hijo puta, cabrón desagradecido-, para acto seguido darle una patada al cestillo de las limosnas, que fue a dar al bordillo de la acera, desperdigando en su camino todas las monedas que contenía.
Sin perder un instante me alejé a toda velocidad escabulléndome entre la gente que pasaba. Los viandantes, entre el bullicio existente en la calle y el ruido del tráfico, no se habían percatado del hecho, y continuaban su camino con toda normalidad.
Había recorrido unos quince metros que me sirvieron para descargar un poco de adrenalina y alejar el nerviosismo, cuando la curiosidad me hizo detener en seco y girar con disimulo la cabeza hacia el lugar donde se encontraba Cayito.
Había un pequeño corrillo de gente a su alrededor, alguno agachados. Entre un hueco que dejaron pude ver a Cayito que estaba tumbado en la acera con la cabeza apoyada en el suelo de la que asomaba un pequeño charco de sangre. Parece ser que con el golpe que le propicié, perdió el equilibrio y cayó de su banquetilla al suelo de forma que fué a dar con la cabeza en el duro cemento.
No pude resistirme y me acerqué un poco más con mucha cautela ante el temor de ser identificado por algún testigo de mi actuación.
El caso es que nadie parecía decidido a levantarle porque una mujer del corrillo aconsejó que en tal circunstancia no se le debía mover por precaución, hasta que viniese una ambulancia y le atendiese los especialistas de urgencias.
Al poco se escuchó el estridente sonido de una ambulancia y dos especialistas de urgencias se acercaron para comprobar su estado, al mismo tiempo se acercaron dos agentes de la policía municipal, momento en que creí conveniente alejarme del lugar de la escena y desaparecer.
Al día siguiente, lo primero que hice al salir a la calle fue comprar el periódico para comprobar si en las páginas de sucesos se informaba de lo acontecido con el menesteroso. Lo escruté con detenimiento encontrado dos notas sobre accidentes de tráfico en la ciudad y episodio de violencia machista, pero no había ninguna referencia sobre Cayito. Esto me tranquilizó y pensé que el golpe que sufrido como consecuencia de mi agresión no había tenido consecuencias graves y que tras ser atendido por los médicos el vagabundo se habría recuperado sin mayores consecuencias. Para mayor seguridad revisé otros dos periódicos con los mismos resultados.
Con la idea de pasar página y olvidarme de lo sucedido decidí realizar mentalmente un breve análisis de lo acontecido, sacando como conclusión que al fin y al cabo el tipejo se lo merecía por desagradecido y además no había habido consecuencias graves ya que el hecho no había trascendido. Una vez llegado a este punto de auto-convencimiento, decidí lleva a cabo mi vida normal y disfrutar del fin de semana que tenia por delante.
Aquel fin de semana pasó deprisa, con más pena que gloria. De vez en cuando me venía el recuerdo de mi vengativa actuación, pero se desvanecía al poco rato. No obstante decidí pasarme el lunes después del trabajo por el lugar donde estaba el mendigo, para comprobar si nuevamente seguía allí.
El lunes salí tarde del trabajo y tuve que darme prisa para llegar sobre las siete y media al pie del edificio de los grandes almacenes, donde solía ponerse Cayito. Por precaución a que me reconociese, decidí pasar deprisa por su sitio habitual y echar una mirada de reojo para verle, peor no estaba allí. Tampoco estaba calle abajo. Al final de mi recorrido por la zona, me detuve un momento para analizar la situación.
Tal vez se había trasladado de lugar ante el temor de una nueva y anónima agresión. O tal vez estaba en algún hospital por las consecuencias del golpe. O tal vez…
Un sudor frío me recorrió la espalda. Pasados unos instantes mi mente desechó esa idea al recordar no haber visto ningún anuncio sobre el suceso y sus consecuencias en los periódicos. No obstante decidí pasarme en los días siguientes por el mismo lugar para comprobar si el mendigo había regresado de nuevo.
Así lo hice y no estaba. No le vi en su zona habitual ni en los alrededores. Por tanto supuse que se habría trasladado de sitio definitivamente. Como suelo pasear a menudo, podría variar mi itinerario de regreso a casa por si le veía otra vez en alguna calle céntrica de la gran ciudad. Pero tras un tiempo la búsqueda resultó infructuosa y tomé la decisión de olvidar definitivamente el asunto.
(Fragmento 4 y último)
Ahora acurrucado en un sofá de mi casa, intento averiguar que es lo que me ha pasado. Como resumen diré que he salido con un amigo y he bebido bastante en esta noche de sábado. Al regresar a casa a latas horas de la noche y con muchas copas encima, decido atravesar un pequeño parque que hay al lado de mi casa, por airearme un poco. Dejo atrás unas zonas ajardinadas y llego a una fuente en forma de palmera a la que rodea un pequeño estanque circular. Siento un súbito mareo, me agacho y una náusea me hace devolver al pie del murete que contiene el agua. Estoy terminando, cuando a mi izquierda aparece de entre la arboleda una sombra gigantesca que se acerca y acto seguido algo metálico me golpea en el costado derecho haciéndome hincar las rodillas y cortándome la respiración.
Me creo morir porque me invade un inmenso dolor y no puedo gritar ya que no entra aire en mis pulmones. Me tumbo en el suelo a punto de perder la consciencia y transcurridos unos segundos que parecen eternos, consigo que un hilo de aire entre en mis pulmones, provocándome al tiempo un dolor insoportable. Pero debo seguir respirando o moriré, así que con un esfuerzo supremo abro la boca en toda su amplitud e inhalo otra bocanada de aire que entra lentamente. Trato de inspirar a intervalos muy cortos para procurarme el oxígeno suficiente y no desmayarme, quizás de manera definitiva.
Al cabo de unos minutos consigo regularizar mi respiración pero a consta de pagar un tributo en dolor desmesurado por cada una de mis inspiraciones. Debo de tener algunas costillas rotas. Paso un buen rato tumbado en posición fetal. Cualquiera que fuera el hijo de puta que me ha atacado ha desaparecido y por allí no pasa nadie más. Así que con un supremo esfuerzo y muy despacio, consigo incorporarme y caminando con pequeños pasos y agachado consigo llegar a mi portal. Afortunadamente la puerta de acceso al edificio está abierta ya que una avería impide su cierre y eso me ahorra un esfuerzo más para buscar las llaves y abrir.
Ya en casa al encender la luz del recibidor compruebo que me he orinado encima pero no me importa mucho. Casi arrastrándome llego a mi salón y me siento en mi sofá medio encogido. El dolor es lacerante y apenas me permite movimientos. No sé si quiera como he conseguido llegar hasta aquí.
Pasado un tiempo empiezo a pensar que me ha ocurrido. Entre mi tortura interna y la borrachera que tengo no me puedo concentrar.
En ese momento la puerta de la casa se abre sigilosamente. Al no estar echado el cerrojo basta con un simple trozo de radiografía y un poco de habilidad para vencer la acción del pestillo y acceder al interior de la casa.
La figura de un hombre alto y corpulento se cuela en el piso sigilosamente. Empuja una puerta que está medio entornada y accede al salón. En un extremo hay un hombre echado en un sofá que sumido en sus dolores no se percata de la presencia del extraño.
El intruso se sitúa frente a él, le sacude un brazo y le dice:
-Quiero agradecerte la limosna que me diste el otro día-
Acto seguido levanta el brazo derecho que sostiene un gran martillo y le da un fuerte golpe en la cabeza. El agredido siente un dolor insoportable y un líquido espeso y caliente empieza a resbalarle por la cara. Intenta levantarse pero está en un estado de semi-inconsciencia y apenas se mueve. Parece un muerto viviente con la cara manchada de sangre. Solo acierta a balbucear :
- Quién eres, pero quién eres-
En ese momento recibe otro martillazo que le atraviesa el cráneo y salpica de sesos la tapicería del sofá y el suelo. Al instante cae redondo al suelo como un muñeco de trapo, ya sin vida.
El extraño se queda contemplándole unos instantes, para acto seguido dar media vuelta y salir de la casa tan sigilosamente como entró, cerrando a su paso la puerta con sumo cuidado para no hacer ruido.
………………………….
Pasadas las Navidades la ciudad se sume en una especie de letargo. Es como si comenzase una larga hibernación bajo un tiempo inclemente. Las calles se vacían de gente y parece que el pulso vital de la ciudad se ralentiza de manera inexorable. Los vivos colores de reclamo de los grandes almacenes se tornan grises y se apagan lo neones de fantasía que no son imprescindibles.
Los escasos viandantes aceleran sus pasos para resguardarse y llegar antes a sus destinos y poder resguardarse del viento polar que llega desde un norte lejano.
No obstante hay cosas que permanecen. Como un mendigo que se acurruca sentado en una banquetilla mínima que apenas sirve para sostenerle. Está vestido de payaso. A sus pies un pequeño cartel reclama : - Tengo hambre. Ayúdenme. CAYITO-
Parece no inmutarse con nada. Está inmóvil. Pasa el tiempo lentamente y de repente, el mendigo con un movimiento suave, levanta casi imperceptiblemente la cabeza y deja ver su rostro de payaso. La amargura se refleja en su cara. Sin embargo hay algo extraño. Si alguien pudiera acercarse a un palmo de distancia podría apreciar que la máscara de tristeza tiene un contrapunto. Es como si coexistiera con un leve atisbo de sonrisa.
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Ah! Un blog con relatos de suspense interesante ese párrafo con un payaso de protagonista ¿nos vas a escribir más o tendremos que comprar el libro? Jajajaja
ResponderEliminarGracias por el comnetario. Iré poniendo un trozo de relato cada vez hasta completarlo
EliminarMe ha sorprendido mucho este relato donde nada ni nadie es lo que parece jajaja,cuando menos lo esperas la víctima pasa a ser el verdugo y no hay héroes ni inocentes. Me gustó
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ResponderEliminarEfectivamente nada es lo que parece, ese es el hilo conductor de muchos de mis relatos. Me alegro de que te haya gustado. Seguiré con ellos en el blog.
ResponderEliminarMe han encantado todos los relatos. Buenísimos!
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